[PDF]The richest man in Babilonia
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Prefacio
Nuestra prosperidad como nación depende de la prosperidad financiera de cada uno de
nosotros como individuos.
Este libro trata del éxito personal de cada uno de nosotros. El éxito significa
realizaciones como resultado de nuestros propios esfuerzos y habilidades. La
preparación adecuada es la clave de nuestro éxito. Nuestros actos no pueden ser más
sabios que nuestros pensamientos. Nuestro pensamiento no puede ser más sabio que
nuestra comprensión.
Este libro de remedios para bolsas pobres ha sido calificado como una guía de
comprensión financiera. Ese, ciertamente, es su propósito: ofrecer a quienes ambicionan
éxito financiero, una comprensión que los ayudará a conseguir dinero, ahorrar dinero y
hacer que sus excedentes ganen más dinero.
En las páginas que siguen, vamos a regresar a Babilonia, la cuna en la cual se nutrieron
los principios básicos de finanzas ahora reconocidos y usados en todo el mundo.
El autor se siente feliz de extender a los nuevos lectores el deseo de que sus páginas
puedan contener para ellos la misma inspiración para crecientes cuentas bancarias,
mayores éxitos financieros y la solución de difíciles problemas financieros personales
que tan entusiastamente fueron reportados por lectores de costa a costa.
A los ejecutivos de negocios que han distribuido estos cuentos en tan generosas
cantidades a amigos, parientes, empleados y asociados, el autor aprovecha esta
oportunidad para expresar su gratitud. Ninguna garantía puede ser mayor que la de los
hombres prácticos que aprecian sus enseñanzas, porque ellos mismos han elaborado
éxitos importantes aplicando los mismos principios que abogan.
Babilonia llegó a ser la ciudad más rica del mundo porque sus ciudadanos fueron el
pueblo más rico de su tiempo. Ellos apreciaron el valor del dinero. Ellos practicaron los
sólidos principios financieros para conseguir dinero, ahorrar dinero y hacer que su
dinero ganara más dinero. Ellos se proporcionaron lo que todos deseamos... ingresos
para el futuro.
G.S.C.
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Frente a usted se extiende su futuro como un camino que conduce a la distancia. Junto
a ese camino están las ambiciones que usted desea realizar... los deseos que usted
anhela satisfacer.
Para llevar a la realización sus ambiciones y deseos, usted debe ser afortunado con el
dinero. Use los principios financieros aclarados en las páginas siguientes. Que lo
guíen, de las estrecheces de una bolsa pobre, a esa vida más feliz, más plena, que una
bolsa repleta hace posible.
Como la ley de la gravedad, éstos son universales y constantes.
Que le prueben, como le han probado a tantos otros, ser una clave segura para una
bolsa repleta, balances bancarios más grandes y satisfactorio progreso financiero.
2
El dinero es el medio por el cual se mide el éxito terrenal.
El dinero hace posible el disfrute de lo mejor que la tierra produce. El dinero es
abundante para aquellos que entienden las leyes simples que gobiernan su adquisición.
El dinero se gobierna hoy para las mismas leyes que lo controlaron cuando los
hombres prósperos se amontonaban en las calles de Babilonia hace seis mil años.
3
El hombre que deseaba oro
Bansir, el constructor de carruajes de Babilonia, estaba completamente desanimado.
Desde su asiento, sobre el bajo muro que rodeaba su propiedad, contemplaba
tristemente su humilde hogar y el taller al aire libre en el cual había un carruaje
parcialmente terminado.
Su esposa aparecía frecuentemente en la puerta abierta. Sus furtivas miradas dirigidas a
él, le recordaban que la bolsa de los alimentos estaba casi vacía y que él debería estar en
el trabajo terminando el carruaje, aserrándolo y clavándolo, pintándolo y puliéndolo,
tensando el cuero sobre el borde de las ruedas, preparándolo para su entrega; para poder
cobrárselo a su rico cliente.
Sin embargo, apoyó impasiblemente su musculoso cuerpo sobre el muro. Su torpe
mente estaba luchando pacientemente con un problema para cuál no encontraba
respuesta. El caliente sol tropical, tan típico de este valle del Éufrates, se abatía
inmisericordemente sobre él. Gotas de sudor se formaban en sus cejas y escurrían hasta
perderse en la vedilla selva de su pecho.
Más allá de su hogar, dominado por los altos muros con terrazas que rodeaban el palacio
del rey; cercana penetrando los cielos azules, estaba la torre pintada del Templo de Bel.
A la sombra de tal grandeza se encontraba su humilde hogar y muchos otros menos
limpios y arreglados. Babilonia era esto, una mezcla de grandeza y escasez -
deslumbrante riqueza y espantosa miseria - amontonada sin plan o sistema dentro de los
muros protectores de la ciudad.
Volteaba y veía tras él a los ruidosos carruajes de los ricos, empujar y amontonar a un
lado a los mercaderes con sandalias, así como a los descalzos mendigos. Inclusive los
ricos eran forzados subir a las acercas, para dar paso a las largas filas de esclavos
acarreadores de agua, en los “Trabajos del Rey”; cada Uno llevando una pesada bota de
piel de cabra llena de agua, la que vertería en los jardines colgantes.
Bansir estaba demasiado absorto en su problema para oír o poner atención al confuso
barullo de la bulliciosa ciudad. Fue el inesperado tañir de las cuerdas de una lira fa mi liar
lo que le despertó de su embelesamiento. Volteó y miró la sensible y sonriente cara de
su mejor amigo, Kobbi, el músico.
-Que los dioses bendigan tu gran liberalidad, mi buen amigo - empezó Kobbi con un
elaborado saludo -.
Parece que ellos ya han sido generosos contigo, pues no necesitas trabajar. Me regocijo
contigo de tu buena fortuna. Y más aún, la compartiré contigo. Ruego de tu bolsa, que
debe estar rebosando (si no, estarías ocupado en el taller) extraer dos humildes shekels y
prestármelos basta después del festín del rico, esta noche. Tú no los perderás, te serán
devueltos.
-Si yo tuviera dos sbekels -Bansir respondió tristemente-, ni uno podrá prestarte, ni
siquiera a ti, el mejor de los amigos, pues ellos serían mi fortuna, mi entera fortuna. Y
nadie presta su entera fortuna, ni siquiera a su mejor amigo.
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-¡Que! -exclamó Kobbi con genuina sorpresa—. ¡No tienes un shekel en tu bolsillo, y te
sientas como una estatua sobre el muro! ¿Por qué no has terminado ese carruaje? ¿De
qué vas a comer? ¡No te pareces a mi amigo! ¿Dónde está tu inagotable energía? ¿Te
inquieta alguna cosa? ¿Los dioses te han traído problemas?
-Debe ser un tormento de los dioses -contestó Bansir-, Comenzó como un sueño, un
sueño tonto. Soñé que era un hombre rico. De mi cinturón colgaba una bolsa pesada y
repleta de monedas. Había shekels, los cuales echaba descuidadamente a los mendigos;
había piezas de plata con las cuales compraba atavíos para mi esposa y cualquier cosa
que yo deseaba para mi; había piezas de oro, las cuales me hacían sentir seguro del
futuro y sin temor de gastar la plata. Un glorioso sentimiento de contento estaba dentro
de mí! Tú no habrías conocido a tu esforzado amigo. Ni abrías conocido a mi esposa,
tan libre de arrugas estaba su cara y tan brillante de felicidad. Ella era otra vez la
sonriente doncella de nuestros primeros días de matrimonio.
-Un sueño agradable, ciertamente - comentó Kobbi-, pero ¿por qué tan placentero
sentimiento como ése te tomó en una sombría estatua sobre el muro?
-Porque, ciertamente, cuando desperté y recordé lo vacía que estaba mi bolsa, me
invadió un sentimiento de rebelión. Discutámoslo juntos, pues como dicen los
marineros, vamos los dos en el mismo barco. De niños, juntos fuimos con los sacerdotes
para aprender sabiduría. De jóvenes, compartíamos los placeres de hombres maduros,
hemos sido siempre íntimos amigos. Hemos sido individuos satisfechos de nuestra
suerte. Nos satisface trabajar largas horas y gastar libremente nuestras ganancias.
Hemos ganado mucho dinero en los pasados años, y no obstante, para conocer la
felicidad que viene con la riqueza, debemos soñar con ella. ¡Bah! ¡No somos más que
borregos! Vivimos en la ciudad más rica del mundo. Los viajeros dicen que ninguna la
iguala en riqueza. A nuestro alrededor hay tanto despliegue de riqueza, pero de ella
nosotros no tenemos nada. Después de media vida de ardua labor, tú, el mejor de mis
amigos, tienes el bolsillo vacío, y me dices: “¿Puedes prestarme la bagatela de dos
shekels hasta después del festín del ricachón de esta noche?” Entonces, ¿qué te
contesto? ¿Te digo: “Aquí está mi bolsa; su contenido contento lo compartiré”? No.
Admito que mi bolsa está tan vacía como la tuya. ¿Qué pasa?
¿Por qué no podemos conseguir oro y plata, más que lo suficiente para comida y ropa?
-Considera, también, a nuestros hijos continuó Bansir- ¿No están siguiendo la huella de
sus padres? ¿Necesitan ellos y sus familias y sus hijos vivir toda su vida en medio de
tales tesoros y no obstante, como nosotros, contentarse con banquetear con leche agria
de cabra y potaje?
-Nunca, en todos los años de nuestra amistad, hablaste de esto antes, Bansir -Kobbi
estaba perplejo.
-Nunca en todos esos años había pensado esto. Desde el temprano amanecer hasta que
la oscuridad me detiene, trabajo para construir los mejores carruajes que ningún hombre
puede hacer, deseando, de todo corazón, que algún día los dioses reconozcan mis
necesidades y me concedan gran prosperidad. Esto nunca, lo han hecho. Al fin, me doy
cuenta de que nunca lo harán. Por lo tanto mi corazón está triste. Deseo ser un hombre
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rico. Deseo poseer mis propias tierras y ganado, tener ropa fina y dinero en el bolsillo.
Estoy dispuesto a trabajar por esas cosas, con todas las fuerzas de mi espalda, con toda
la habilidad de mis manos, con toda la sagacidad de mi mente; pero deseo que mis
trabajos sean justamente recompensados. ¿Qué pasa con nosotros? ¡Otra vez pregunto!
¿Por qué no tenemos nuestra justa participación de las cosas buenas, tan copiosa para
aquellos que tienen el oro con el cual comprarlas?
-¡Quisiera saber la respuesta! -replicó Kobbi-, No estoy más satisfecho que tú. Lo que
gano con mi lira se va rápidamente. A menudo debo planear y proyectar para que mi
familia no tenga hambre. También dentro de mi pecho existe el profundo anhelo por una
lira mejor, que pueda verdaderamente tocar las notas de música que surjan de mi mente.
Con tal instrumento podría hacer una música más fina que la que inclusive el rey
hubiera oído antes.
-Tú deberías de tener tal lira. Ningún hombre en toda Babilonia podría tocarla así, tan
dulcemente que no sólo el rey, sino los mismos dioses se deleitarían. Pero puedes
asegurarlo: ¡somos tan pobres como los esclavos del rey! ¡Escucha la campana! ¡Aquí
vienen! -Bansir señaló la larga columna de sudorosos, acarreadores de agua
semidesnudos que ajetreaban laboriosamente, desde las estrechas calles del río; de cinco
en cinco marcaban, cada uno doblado bajo la pesada bota de piel de cabra llena de agua.
-Una buena figura de hombre, el que los conduce -Kobbi señaló al campanero que
marchaba al frente sin carga-. Un hombre prominente en su propio país, es fácil de ver.
-Hay muy buenas figuras de hombre en la columna -asintió Bansir-; tan buenos como
nosotros. Hombres altos, y rubios del Norte, sonrientes negros del Sur, morenos bajitos
de los países cercanos. Todos marchando juntos desde el río hasta los jardines, de arriba
para abajo, días tras días, año tras año. Ninguna felicidad les espera. Lechos de paja
sobre los cuales duermen, potaje de grano duro para comer. Piedad para los pobres
brutos, Kobbi.
-También yo los compadezco. Aunque me haces ver qué poco mejor estamos nosotros
los hombres libres, como nos hacemos llamar-comento Kobbi.
-Es cierto, Kobbi, ¡Qué desagradable verdad!. No deseamos continuar año tras año
viviendo vidas de esclavos. ¡Trabajando, trabajando, trabajando!, sin conseguir nada.
-¿No podríamos averiguar como otros consiguen oro y hacer lo que ellos hacen? -
inquirió Kobbi.
-Tal vez haya algún secreto que podamos aprender, si preguntamos a aquellos que
saben - replicó Bansir pensativamente.
-Hoy mismo -dijo Kobbi- pasó nuestro viejo amigo Arkad manejando su dorado
carruaje. Te diré esto: no miró sobre mi humilde cabeza como muchos de su condición
pudieran considerar su derecho. En lugar de eso, agitó su mano para que todos los
espectadores pudieran verlo saludar y conceder su sonrisa de amistad a Kobbi, el
músico.
-Se dice que es el hombre más rico de toda Babilonia -musitó Bansir.
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-Tan rico, que aseguran que el rey busca su consejo en asuntos del Tesoro Real -replicó
Kobbi.
-Tan rico -interrumpió Bansir—que temo que si me lo encontrara en la oscuridad de la
noche, pondría mis manos sobre su bolsa repleta.
-¡Qué disparate! -reprobó Kobbi—. La riqueza de un hombre no está en la bolsa que
lleva. Una bolsa repleta fácilmente se vacía; si no hay un chorro que la vuelva a llenar.
Arkad tiene un ingreso que constantemente mantiene su bolsa repleta, no importa cuán
liberalmente gaste.
-Ingreso, ¡ésa es la cuestión! -exclamó Bansir-. Quisiera un ingresos que se mantuviera
fluyendo en mi bolsa, sin importar si me siento sobre el muro o viajo por lejanas tierras.
Arkad debe saber cómo un hombre puede hacerse de un ingreso para sí mismo.
¿Supones que haya algo que él pudiera, hacer claro para una mente tan lenta como la
mía?
-Creo que enseñó sus conocimientos a su hijo Nomasir -respondió Kobbi-, El no fue
con su hijo a Nínive, y en la posada se dice que su hijo llegó a ser, sin ayuda del padre,
uno de los hombres más ricos de esa ciudad.
-Kobbi, me trajiste un raro pensamiento -una nueva luz brillaba en los ojos de Bansir-,
No cuesta nada pedir un consejo sabio de un buen amigo, y Arkad fue siempre eso. No
importa que nuestras bolsas estén tan vacías como el nido del halcón hace un año. Que
eso no nos detenga. Estamos cansados de estar sin oro en medio de la plenitud.
Deseamos convertirnos en ricos. Ven, vamos con Arkad y preguntémosle cómo
nosotros también podríamos conseguir ingresos.
-Hablas con verdadera inspiración, Bansir. Traes a mi mente una nueva comprensión.
Me haces darme cuenta de la razón por la que nunca hemos encontrado ninguna riqueza.
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